—Queridos emisarios, sólo hay dos maneras de salir de aquí. Una, por los pies por delante y la otra, matando a todos los presentes. Les estamos observando para ver como lo van a solucionar…¡Ah, me olvidaba! El último en salir que cierre la puerta, muchísimas gracias, señores.
En ese instante, Adam no se podía imaginar que tenía que matarse con los seis tipos que estaban en ese lugar. Se preguntó qué fue lo último que hizo, pero sólo recordaba que estuvo en un Motel descansando del largo viaje desde Texas. No tenía ni remota idea de cómo había llegado hasta allí. La verdad es que quería que fuera un sueño, pero comprendió que lo que le estaba sucediendo era muy real…
El lugar parecía un habitáculo, como una habitación de invitados. Toda estaba enmoquetado de color rojo, había algunos cuadros y él estaba sentado en uno de los sofás, como algunos de ellos. Observando el sitio después de despertarse y oír a esa voz tan amistosa, uno de los tipos cogió por detrás a otro y en pocos segundos le rompió el cuello. Adam se levantó viendo lo que se avecinaba y se refugió lo más lejos posible. A cinco metros de él, uno de ellos hizo lo mismo.
En pocos segundos, el sujeto que le rompió el cuello, cogió una lámpara y, con la misma barra de metal, comenzó a pegarle a otro. Realmente era muy grande y pudo con él, haciéndole caer y por fin, le clavó en el cuello la barra de hierro; sólo quedaban cuatro.
Uno de ellos aprovechó la espalda de ese tipo, y le pegó varias veces con un objeto de metal en la cabeza haciéndole caer al suelo, y el muy cabrón de tanto pegarle, le hundió el cráneo hasta matarlo. Con todo su rostro manchado de sangre, se dirigió hacia su derecha y, como si fuera un loco, se le acercó al que estaba cerca de Adam. Pero el tipo fue muy ágil y antes de que pudiera darle con el objeto, saltó lo bastante alto pegándole una patada que lo hizo caer de espaldas. Él, aprovechando que había caído, le intentó golpear, pero le cogió la pierna y haciéndole caer al suelo, le hundió los ojos y, con el mismo objeto que tenía en sus manos, le pegó tantas veces que lo mató. Después se dirigió hacia Adam. Intentando escabullirse de ese colgado. Y, aprovechando el momento, cogió la barra de hierro que estaba clavada en el cuello de una de las víctimas y poniéndose en guardia quiso clavarle el palo de metal en su tórax, pero entendió que no era tan fuerte como pensaba.
Saltando hacia otro lado le cogió de la camisa y le hizo caer, pero girándose le pegó un puñetazo en la cara haciéndole gritar por haberle roto la mandíbula. Y aprovechando cogió otra vez la barra y se la clavó sin miramientos atravesándole el cuello.
Asustado se apartó tanto como pudo y comprendió que era la primera vez que mataba a una persona. Respirando profundamente apartó de encima a ese loco apoyando la espalda en la pared y observó toda la habitación pensando que se había salvado de una muerte segura. Tranquilizándose intentó levantarse y palpó las paredes para encontrar la puerta de salida, pero hasta que no oyó esa voz, no se abrió esa puerta.
—Muy bien, señor Adam, veo que su estrategia ha sido la correcta.
—¡Váyase a la mierda, entiende cabrón!
—No se enfade. Piense que con lo sucedido he perdido bastante dinero.
—¿Era una apuesta?—preguntó mirando al alrededor.
—Sí, así es, señor Adam.
Agotado iba temblando y la voz le dijo:
—Como le hemos prometido le abriré la puerta y podrá salir, acuérdese de cerrarla. ¿Entiende, señor Adam?
Sin responder a la pregunta, en la pared de delante vio como automáticamente se abría una puerta y sin pensárselo se levantó, esquivando los cuerpos, en esa habitación que siempre recordaría. Cuando salió, cerró la puerta y se encontró con un lugar frio y desolado.
Solo acababa de comenzar…
(Libro en proceso: Sin tiempo alguno, Robert Berl)